Como si proviniera de la nada o vaya a saber uno de que abismo indescifrable, el regalo anónimo fue aceptado.
Siglos de historia hegeliana, todo lo real es racional, todo lo racional es real, se tornaron olvidables, prescindibles, se agotaron en un santiamén.
De golpe surgió una impropia e impía facultad de dejar de ser lo que originariamente Alguien decidió que él fuera.
Dejo de ser hombre, de ser humano, erradicando prejuicios, conceptos, ideas, nexos, sentimientos, recuerdos, obrares y obras.
Simple se volvió, tan simple, animal en acto, animal en el presente, animal como siempre pero más, animal pese a la perdurable potencia de su humanidad abandonada.
Si hubiese sido necesario buscar culpables del acontecimiento, Baco encabezaría una lista plagada de notables semi-dioses perpetuados inmanentes en la línea temporal.
Fue liberado de la razón y sin embargo no era libre, o si, pero que libertad, esa libertad que no libera totalmente porque nunca es plena, nunca es absoluta. La capacidad de elección jamás será perfecta, libre del todo, jamás ajena a un límite cualquiera sujeto al arbitrio de algo o alguien. Y donde hay límite no hay libertad.
Entonces en ese reducido radio de elegibilidad fue sólo, sólo él, con la constancia salvaje pero irrefutable de que existe un orden superior e igualmente quiso volver a reducirse al animal, quiso no pensar, no unir, no suponer, no creer más que existía una posibilidad de comprender qué era lo que no solo ellas, sino todos querían, podían, debían hacer o dejar de hacer en este escenario difuso ni tan real ni tan nublado.
Instantes antes había anhelado no ser el único que sucumbiera al deseado cambio, al cambio regalado, y creyó que pese a no racionalizar la compañía ésta existiría per se y se extendería a un campo aparentemente inferior, el de aquel que obra creyendo que seguramente a todos alcanzará la metamorfosis. “Porque si yo lo logré, porqué no ustedes, porqué no todos” pensó, deseó y luego no pensó más.
Y esa noche fue animal.
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