viernes, 15 de octubre de 2010

Tomás


Quedó sólo en el bar. Los dueños cerraron con llave y dejaron una tenue luz encendida.
La rocola seguiría pasando viejos discos de Gershwin hasta que la botella dorada se acabara (cómo ya se habían acabado los hielos) y así no habría más que beber, no habría más excusas para dejar de pensar en ella y en la desproporción que existía entre el inconmensurable tiempo y su escueta presencia.
En todas esas personas que pese a los años de antigüedad seguirían siendo extras en la película de su vida, y en el protagonismo inmediato que adquirió un primer beso que sin esfuerzo logró distinguirse entre tantos otros cuyas expectativas había aprendido a conformar cómo un camaleónico impostor.
En la histeria hormonal en la que se sumergía su cuerpo ante su delgada, filosa y casi punzante presencia de daga hecha mujer con huesos que pinchaban, por tetas que eran gotas afrancesadas que lastimaban sus sentidos y en esas lluvias hirientes que ya no disfrutaba tanto.
En haberla elegido para abandonar planes con destino acolchado y simple, con programas que aseguraban mas caricias que golpes.
En volver a luchar como hace tanto no luchaba (si es que alguna vez luchó por algo).
En contradecirse cuando dijo que por amor jamás habría de mendigar.
En la angustia de Kierkegaard que tanto leyó y creyó experimentar, con la que sólo tan cómodo estaba.
En eso tan nimio que sentía lo acercaba a su humanidad elegida, entre tantas cosas que querían imponerle, entre el espectro de temas banales que estaba cansado de discutir con aquellos con los que discutía, amigos, y un concepto de amistad cada vez más borroso e insostenible.
Era un buen momento para volver a creer en Dios pero esa ausencia ya era irrecuperable también, por su culpa o por otra cosa, no importaba.
Sólo, en el simbólico inframundo de ese bar de cuarta, cruzó sus brazos e hizo un nido para su cabeza. Y las luces se apagaron.

2 comentarios:

Mariel dijo...

Es hermoso!

male dijo...

Dice Kundera que las metáforas son peligrosas, porque el amor puede surgir de una de ellas. Por lo claras, y ciertas de las últimas que leí, contás con ese arma y también con esa luz que brilla al final del peligro.

Cada día parecés un poquito más permisivo con las palabras que te surgen. Y se te escapan bien. Te felicito, de verdad.

Besos