domingo, 22 de noviembre de 2009

Un tipo en un bar

Salió del trabajo a las cuatro con la cabeza atrofiada de nuevos y viejos clientes, de clientes buenos, malos (¿hay clientes malos? Si hay), clientes que pagan y de los que hay que perseguir para que paguen. Durante toda la mañana había llovido en Buenos Aires, el sol ahora brillaba sin la censura de las nubes y el calor en microcentro no era ni siquiera calor, era viscosidad con uno mismo, con la ropa, con cualquier cosa que se tocara. Tenía que hacer tiempo hasta las seis menos cuarto para darle unos papeles a un compañero de la oficina que lo iba a cubrir el fin de semana. Se iba a Mar del Plata con amigos. Pensó en cerveza, por el calor, y amagó con ir al bar que iba todos los jueves después del laburo. Pero se acordó que ahí no había aire acondicionado y lo descartó. Por la zona estaba un barcito en una esquina, de esos barcitos que parecen haberse quedado en el tiempo con las mismas sillas y mesas cuadradas de madera, de toda la vida. Esos barcitos que abundan en las esquinas de Buenos Aires, que parecen existir para que los tipos que están solos (cómo estaba él) vayan a tomar un café para hacer tiempo, para comer un bife con ensalada al mediodía. O una milanesa a caballo.
“SALÓN PARA FUMADORES CON AIRE ACONDICIONADO”, eso necesitaba y a eso fue. El bar, claro, estaba lleno de tipos solos tomando café. La excepción a la regla eran dos viejas tomando el té y comiendo una pastafrola que se veía horrible, como de plástico.
Se sentó en el rincón junto a la ventana, dándole la espalda a casi todo el salón. Igualmente veía lo que sucedía tras él porque la pared era un inmenso espejo. Llamó al mozo y le pidió un café en jarrito, sólo. El ruido industrial de la maquina de café le recordó películas de ciencia ficción de su infancia. Llegó el café. Abrió un sobre de azúcar que tenía la leyenda: “Cada uno ve lo que quiere ver”. Pensaba en el tipo que escribía esas frases, que vivía de poner esas frases en un sobrecito de azúcar. Creía que era un buen trabajo, mejor que el de él al menos. Casi inmediatamente pareció arrepentirse de haber elegido ese lugar (el rincón), pero antes de levantarse vio en el espejo que no había otra mesa libre. Odiaba mirarse en los espejos. Le molestaba el reflejo, lo que veía. De alguna manera rara y casi patológica sentía que aquél no era él, que era otro tipo que intentaba imitarlo desde una dimensión alternativa.
Riéndose de si mismo y para pasar el tiempo, por mero instinto lúdico y experimental, estableció que su reflejo iba a ser efectivamente un tipo de otra dimensión (es increíble lo que puede estar pensando un tipo sólo en un bar). En realidad, creyó haber decidido algo pero lo cierto es que el juego derivó casi inconscientemente. Así estuvo durante varios minutos mirando de reojo al imitador. Levantando los hombros, jugando con las manos, con la cuchara.

Puta madre, hace por lo menos media hora que el tipo sigue haciéndolo. No para. Cada vez que levanto los ojos ahí esta, mirándome fijo. Otra vez alzo la mano izquierda para rascarme la barba y al instante el alza su mano derecha haciendo lo mismo. Giro la cabeza para ver quien pasa por la calle y el tipo hace lo mismo (Que piernas tiene esa mujer por Dios…). Bueno, parece que al menos no me quiere levantar dada la forma en que se fijó en la rubia. Una mirada exageradamente libidinosa, sucia. Me repugna un poco (¿yo me repugno?). Su presencia ya me esta molestando demasiado. Esta sensación de incomodidad se parece a estar sentado en el colectivo en esos asientos que están enfrentados a todos los demás, mirando hacia el fondo del bondi. Sumado a que me produce mareos (y conozco a varios que les pasa lo mismo), me tengo que bancar una avalancha de ojos mirando para donde estoy. Sé que no me miran a mi precisamente, pero están mirando para ahí, para adelante, pareciera que tirando rayos por los ojos, rayos que pasan cerca y que se esmeran en demostrarme fehacientemente que voy en contra de su mundo, que tendría que estar mirando para otro lado, que tengo que darme vuelta. Y cuesta tanto encontrar un hueco disponible para posar mi vista, alguna cosa sin vida, un pedazo de plástico que miente ser madera, todo es un caos de miradas y un rayo no puede chocar con otro porque eso implicaría mirar a los ojos de cualquiera y ahí perdí, algo perdí. La intimidad capaz, mi fuero intimo que se quiebra ante una mirada intrusa. O no. Si a nadie le importa un carajo de nadie, que manera de pensar al pedo. ¿Que hora será? (eran las 5 y 10). Que garrón estar sólo en un bar.

-Disculpá, ¿tenés fuego?

Creyó oír a su reflejo que le pedía fuego. Se preocupó por su salud mental (oír cosas no estaba incluido en las normas de su jueguito experimental del espejo). Debe ser este calor de mierda, pensó. Trató de divagar con otra cosa. El viaje a Mar del Plata.

-Ey, flaco… ¿tenés fuego?

(Ah, bueno. Estoy absolutamente desquiciado. ¿Que es esto? Ahora me hablan los espejos, la que me faltaba).

¡Mozo!, gritó el tipo del espejo y levanto el cigarrillo con una mano y con la otra hizo un gesto como de prender un encendedor.

Para, toma, acá tengo fuego.

Sacó el encendedor del bolsillo derecho, estiro el brazo y el encendedor golpeó contra el espejo. Rápidamente puso el encendedor sobre la mesa, casi sonrojado, avergonzado por que alguien lo hubiese visto intentando darse a fuego a si mismo. Vio en el espejo que el mozo se acercaba e imaginó que vendría a cobrarle. Sacó la billetera y giró a la izquierda preguntando cuanto era. Pero no había nadie. Del otro lado del espejo un mozo (que no era el mismo que lo había atendido) le daba fuego a un tipo que tenía exactamente el mismo traje que él, una corbata bastante parecida, un peinado similar, pero viendo bien, no era él. Sonrió. Tomó el encendedor, saco un cigarrillo y lo encendió.

-Shhh, ey… ¡flaco!, ¿No ves el cartel?, ¡El sector fumadores es del otro lado del vidrio!, le advirtió el mozo que lo había atendido.

El aire acondicionado también estaba del otro lado del vidrio. Con razón ahí hacía tanto calor.

2 comentarios:

Ailin dijo...

Muy buen relato. Me gusto la descripcion de los barcitos de buenos aires, que siempre me dieron esa misma sensacion de estar estancados en el tiempo, casi un agujero hacia otra dimension. A veces, cuando por buenos aires, me gusta ir a esos barcitos, a cualquiera que este al paso, y me siento a leer y ver la gente que para alli, pienso en sus vidas, y aveces, es como si todo fuera una repeticion, diferentes personas, pero todas ellas repetidas, sentadas en el bar, como si ellas fueran tan eternas, como las sillas y el bar mismo.
Besos!

faustine dijo...

Este es mi prefe. Hoy lo volví a leer mientras tomo mate para no limpiar. :)
besos!